lunes, 6 de abril de 2009

Un texto del taller del 29 de marzo

Lee el siguiente fragmento de “Ella cantaba boleros”, de Cabrera Infante,
e imagina y escribe un momento de la vida esta mujer.

Y sin música, quiero decir sin orquesta, sin acompañante, comenzó a cantar una canción desconocida, nueva, que salía de su pecho, de sus dos enormes tetas, de su barriga de barril, de aquel cuerpo monstruoso, y apenas me dejó acordarme del cuento de la ballena que cantó en la ópera, porque ponía algo más que el falso, azucarado, sentimental fingido sentimiento de la canción, nada de la bobería amelcochada, del sentimiento comercialmente fabricado del feeling, sino verdadero sentimiento y su voz salía suave, pastosa, líquida, con aceite ahora, una voz coloidal que fluía de todo su cuerpo como el plasma de su voz y de pronto me estremecí.

...Conmovido me acerqué balanceándome al ritmo de sus palabras, palabras que vibraban, estremeciendo mi cuerpo. La agarré por la cintura, como un borracho se amarra a una farola. Quise acaparar eternamente su cintura, su colosal cintura, ¡hegemónica cintura! y dejé deslizarse mi masa entres sus carnes, apetitosas carnes, suculentas, carnes, carnes como o mejores que las de la Pampa. Ella, imperturbable seguía cantando sin reacción alguna a mi aledaña presencia.
La Estrella. ! Mujer! La Estrella brillaba en aquel cielo oscuro y sin estrellas, simulacro de un espacio infinito con horizonte cercano. Pero había una luna titilante de plástico y de cristal que giraba encima de nuestras cabezas. Así, entrelazados, se fueron los últimos supervivientes de la noche que como vampiros subsidiarios se enterraban satisfechos en ataúdes con gasolina.
Sin soltar un ápice sus caderas, cautivos del silencio-o dígase-mutismo subimos a la habitación desordenada, rosa, femenina con olor a pachuli y allí entre las sábanas baratas, cutres, de cualquier pensión a putas, me perdí, y desemboqué en su cuerpo. Deriva anhelada de cualquier naufrago.

Almudena Martín.

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