domingo, 16 de agosto de 2009

Palabras de Ana Fernández en el acto de presentación de los TOCOCUENTOS, 30.05.09



Agradezco el inmenso privilegio de poder presentar los Tococuentos en este acto.
Digo, privilegio, porque no soy de Tocopilla, ni soy chilena, aunque llevo, desde hace muchos años a Chile en el corazón. No sé porqué, quizá por su gente, pero sucedió así, tan simplemente, como canta el Gitano Rodríguez.

A través de los TOCOCUENTOS, entré en la pequeña ciudad y caminé sus barrios, amé sus rincones, respiré sus plazas y recordé aquellos juegos infantiles, que compartí en otra tierra y en otros barrios, pero que nos unen como puentes mágicos.

Desde la plaza Condell vi el puerto con sus gaviotas y sus olas y como dice poéticamente, Verónica, contemplé sus viejos lanchones abandonados como islas de pájaros marinos.
El puerto se impuso en mi memoria con sus olores a pescado frito y caldo de congrio, con sus trabajadores, barcos y marineros trayendo canciones de mundos lejanos.

Los atardeceres en la playa, también regresan en la evocación. Anécdotas y relatos que dibujan sonrisas o provocan lágrimas. “Lágrimas de hombre ya agotadas de tanto usarlas”, escribe Verónica, refiriéndose a Hugo, uno de sus personajes.

Veo la escuela, las calles, voy a los bailes y grito en el fútbol o el básquetbol.
Las fiestas populares me atraen por su colorido y la expectativa me gana cuando de elegir la reina de la primavera, se trata. Me apasiono por las historias de amor y las leyendas. Percibo los cines que ya no existen, y el primer ferrocarril de Tocopilla a Toco. Tomo la micro y hago un viaje corto y otro más largo atravesando el desierto, y muchos nombres quedan cantando en mi memoria:
Villa Covadonga, Comanchaca, Chuquicamata, Calama.

Me parece ver los personajes típicos e inolvidables rememorados en tantos relatos que leemos en TOCOCUENTOS.
Sin olvidar por justicia, a aquellos hombres y mujeres que conocieron la mina y los vientos del salitral. Aquellos postergados que se acomodaron a la realidad soñando un horizonte mejor para sus hijos e ignorando el dolor del sacrificio inventaban la alegría.

“Hacia dónde lleva el salitre?”, se pregunta un personaje de Verónica.

Conozco a los que permanecieron cuando el mundo se derrumbó, a los que partieron y hoy escriben su nostalgia. A los que regresan, en cualquier momento, porque Tocopilla los llama desde su corazón y al llegar se preguntan como otro personaje de Verónica: “Seré un alma en pena o un árbol sin raíces junto a los otros habitantes?”

Yo nunca estuve en Tocopilla, pero la conozco a través de todos aquellos que escriben y la van contando y me invitan a amarla.
Tocopilla es para mí algo real y algo irreal, es sueño, nostalgia y leyenda, es algo así como mi propio Macondo.

Tocopilla es en TOCOCUENTOS, el amor de los tocopillanos hecho relato, porque cuando tenemos algo importante para contar, la palabra surge y se hace letra y testimonio.
No quiero terminar esta evocación sin referirme en especial a mi amiga Verónica Poblete, que ha escrito para la revista, tres hermosos cuentos, porque en Verónica, la letra se convierte en poética y la realidad, a veces cruda, en lirismo. Sus tres cuentos: “La casa vieja y azul”, “La vieja y la niña y “Hugo” , trascienden el simple relato o la anécdota y se convierten en cuento, sin dejar de ser testimonio. Ella sabe entrar en la piel de sus personajes y, por ejemplo, narrar los hechos desde la mente de una niña y convocar los duendes y la emoción, cito de “La vieja y la niña”: “Ahora ya no queda nada, todo se fue con el fuego; las cartas de amor, las fotos y su pasado. {...} Fue entonces cuando comprendí que yo estaba triste por la muerte de Lastenia.”

Logra la misma magia en: “La casa vieja y azul”: “La curiosidad y yo crecimos juntas, fue así que poco a poco, escalando la escalera descubrí que los hoyos de las calamitas del piso bajo de la casa eran más grandes que el techo entero... Por allí deambulaban los gatos que dejaban sus excrementos emblanquecidos por el sol y la sal del mar”.
Más adelante escribe: “ Han pasado muchos años desde esos tiempos {...}, de mi familia quedamos una tía, yo y la memoria de la casa”. ¡Qué bella síntesis para evocar la nostalgia!

Por eso, hoy quiero decir a Verónica, que como amiga y escritora, he vivido la emoción de ver surgir poco a poco una nueva escritora.
Quiero aprovechar esta ocasión para decirle a Verónica, aunque se enoje, la admiración y el respeto que siento por ella, por su empeño para domar las palabras y por su trabajo constante para darle, a la expresión, su cualidad más bella.
Ana Fernández.




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