lunes, 2 de febrero de 2009

Un texto de la Antología Homenaje a Cortázar

¿Encontraría en Bruselas, todavía, algún eco de la capital en la que mi provinciana abuela vivió hacinada durante la guerra del 14? Caminaría, eso sí, por la calle y la plaza de Ste Catherine, visita real de un barrio que ha pasado a ser virtual, con tantos cambios - la legendaria cervecería de la misma Santa, desaparecida en no sé qué fractura del espacio-tiempo.
¿Encontraría el eco del vals de mil tiempos en los alrededores de esa misma cervecería, no muy lejos de la Place du Samedi, menos famosa que la cercana Place de Brouckère? Por su nombre flamenco, Zaterdagmarkt, sabría que se trata del mercado del día sábado.
¿Cedería a la tentación, más reciente por cierto, del otro flamenco, mezclado curiosamente, sin racismos, con la lira y la gaita de los gallegos de la calle de Laeken? Sí, probablemente, y pensaría en de de de, mala redacción, o mala traducción en una tierra donde todo tiene tres o más nombres, desde el Molenbeek de los francófonos, el Molenbeek de los flamencos hasta el Meulenbeck de sus autóctonos.
¿Me encontraría, mejor, con las distintas Bruselas que se entrecruzan a la salida de la estación de Midi, nombre incomprensible? Mejor creería que se inventó para que no se sientan perdidos los que llegan a ella desde el 'Midi' mediterráneo.
¿Escucharía a algún pontífice, Juan Pedro V., situacionista, escapado de la radio? O ¿temería caer en las garras de otro colega suyo, refugiado en este idioma? - no, nada de temor, Yves nos ha dejado después de dejarnos buena poesía, esa gente no se casaría con ninguna Berthe ni se llamaría Trépat.
¿Caminaría por los estanques de Ixelles, reposando en lo que fue el extremo del Bruselas de 1916 de mi abuela, otro de de de, en una época en que la Universidad Libre estaba libre de construcciones a su alrededor y rodeada de más vacas en praderas que de ciencia (no che, no hay Pampa por este lado)?
¿Buscaría a los Manuelli que dejé atrás en mi vida, entre profesores de colegio y profesores de la vida? Seguramente, volvería a leer a quienes han vivido en este país pero no en su capital, Verhaeren o Maeterlinck, Constant Malva o Achille Chavée, y hablaría con Jean Louvet, sí, con él, pero no en una inhóspita cama hospitalaria.
¿Aprendería algo de él? Le preguntaría sobre su vida, cómo logró pasar de maestro de colegio a docente de la vida y de la lucha de clases, sin abandonar ninguna de sus clases ni renunciar a sí mismo – coraje poco común.
¿ Me acercaría a la casa comunal de Schaerbeek, otrora refugio contra el hambre para el Señor de Ghelderode, conde de las Letras del Norte de la Francofonía, príncipe de los trozos de reino infernal que sobrevivieron a la Inquisición de Alva, bufón de un Rey que no se llamaba Leopoldo, estética flamenca o goyesca o barroca o, simplemente, ghelderodiana, visitante del Escorial y otras escuelas de bufones, el juego del tú y el yo donde yo soy tú y las fronteras no son inmóviles, a diferencia de la Unión Europea, escritor desdeñado por una tierra de falsos estetas pequeño burgueses que tampoco supieron reconocer a Baudelaire.
¿Evitaría las colas ante las obras del pintor de las margaritas (Esto no es una m.’)? Sí, pues preferiría ir de peregrinaje hacia su barrio de la calle de los Aromos, y me gustaría pensar en tal modalidad del arte, millones de cualquier plata para quien pintaba con saco y corbata y pantuflas en una habitación relegada al fondo de la cocina, mientras Georgette le sirve el café, cual otra bebida más popular para un pintor tan popular.
¿Andaría por los 19 municipios de la capital de un reino colonizado por los Leopoldos y los Balduinos? Mis pensamientos, creo, irían más bien hacia los de Matonge, rescatados de otra colonización, llenos de una vida que se había huido del barrio que llegaron a ocupar.
Más bien pensaría en mi deseo que termine una monarquía y no repararía mucho en su titular actual, ventanilla de humanidad ofrecida por los Albertos de este reinado.
Mi abuela no sé si leyó todo lo que recogí, algo puede ser que le haya gustado, lo otro puede haberle ofuscado.
Che, Julio, ¿en qué cuna encontraste el surrealismo? No puedo comparar la abuela tuya con la mía, el Sena de su Bruselas une a dos culturas pero no tiene un puente hasta el Río de la Plata, mejor todavía, no voy a tambalear en ese puente, las abuelas nos dan el gusto de leer, hasta el día en que llegáramos a leer por cuenta propia, abonando nuestros libros con salsa metafísica como vos, o sacándole el jugo a sorbos pequeños, saltando capítulos de nuestras vidas o de filosofías deshilachadas por tantas decepciones y tantas presunciones juveniles, borrando por fin esas fronteras que Oliveira llegó a tocar, la luz y la sombra, lo dicho y lo imaginado, lo hecho y lo no visto, lo mentido bien mentido y la falsedad, ambas salidas del cuerno de una melancolía bien sentida, ambas bien llenas de verdad.

Joël Vanbroeckhoven

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