jueves, 19 de marzo de 2009

Cuento extraído de la publicación de Artemisa de Homenaje a Cortázar

DETRAS DE UNA CAMISA

Osvaldo Ahumada-Espinosa

Me despertó un olor a café recién hecho y una puerta que se cerraba de golpe, luego oí una llave que daba dos vueltas. Me levanté tratando de reconocer donde estaba. Me encontraba en casa. Estaba seguro que había dormido sólo. ¿Quién había salido entonces? Me vestí con premura y fui a la sala, el desorden que dejé se encontraba ahí, varios tomos de la Británica estaban repartidos por el suelo y mis discos compactos de jazz tradicional se yacían apilados en la mesita enana, al lado de las botellas vacías de grapa. Pero todo orientado dentro de mi orden cerrado que tanta seguridad me da. No es un orden femenino y minucioso, sino un orden lógico y masculino. Los libros no están ordenados por colores o idiomas sino que por autores femeninos y masculinos.
Me sentía hambriento y cansado. Ayer, al darme cuenta que las alacenas de la cocina se hallaban vacías, había decidido ducharme rápidamente e ir a dar una vuelta por el supermercado para comprar algunas latas de comida y ver a Palmira, la cajera colombiana que me pone tan nervioso, cada vez que me aprieta la mano cuando me da el ticket de la compra.
Abrí el grifo y mientras el agua se calentaba, fui a la sala y puse un disco de Louis Armstrong, el gran Satchmo, el gran trompetista afro-americano con boca de cartera. El alegre sonido de “Tin Roof Blues” llenó todo el departamento mientras me jabonaba. De repente recordé que hacía algunos años había leído el artículo “A la búsqueda de la eterna juventud”, en un número de la revista París Match. El artículo decía que en los años 60 había existido entre los famosos de este mundo la moda de ir a inyectarse a Suiza un jugo de testículos machacados de macho cabrío recién nacido y que Satchmo, junto con el Papa Pio XII habían sido los pioneros en recibir el tratamiento en sus endurecidas venas, y que no contento con eso, el negro se practicaba con mano de cirujano militar unos lavados intestinales cada mañana, muy temprano, y que lo dejaban tirado un par de horas, alguien le había dicho que impidiendo que la comida se le pudriera en las visceras, la vida se le alargaría el doble. “Mi proposito es tocar la trompeta hasta los 120 años y luego jubilarme” había dicho Armstrong. Mientras mi cabeza se llenaba de dudas y de los acordes de “Cheese Cake”, me sequé con rapidez, casi sin sacarme el jabón ecológico anti arrugas, a base de melocotones ácidos, que tanto me recomendó Palmira.
El resto de la mañana se me pasó buscando el maldito París Match, vestido a medias y con hambre. A eso de las tres de la tarde lo encontré entre dos camisetas que ya no uso y que un día de estos voy a tirar, pero no sé cuando porque en las noches de mucho frío me las pongo igual. Como tenía mucha hambre y nada que comer abrí una de las botellas de grapa que compré el otro día contrariando a Palmira que me dijo muy enojada:
- ¡Si se pone a beber sólo don Benny, se va convertir en alcohólico!
- Entonces vaya a visitarme Palmirita y la beberemos juntos.
La cajera me miró con tristeza y no dijo nada. No sé si hablaba en serio, pero la juventud de la morocha me daba miedo y no me atrevía a decirle que aceptaba, pero hay veces que pienso que solo son juegos de palabras. Además si se instala en casa, me va cambiar todo de lugar, instaurando un orden colombiano y mujeril, que no entenderé jamás y perderé libros y calcetines en la aventura.
Me serví un gran vaso de grapa para olvidarme de Palmira, al menos por un rato y comencé la lectura sobre Louis Armstrong y su muerte, a pesar del jugo de testículos y de las manipulaciones intestinales, pero esta vez escuchando “Tiger Rag”. En realidad todos los que se habían inyectado el jugo aquel, estaban enterrados hacia años, y los médicos suizos que se habían enriquecidos con las inyecciones estaban enterrados también..
Como no quedé conforme con la lectura, busqué en la Británica la historia del músico, pero no había nada de las manipulaciones médicas. Después cogí el tomo ocho y me entretuve releyendo la vida del viejo Henry Miller, a quién visité en Nueva York algunos años antes de su muerte. El escritor me mostró con orgullo las cartas de su correspondencia con Anaïs Nin. Después de leer algunas, y aprovechando que Miller miraba por la ventana a unos negros que jugaban baloncesto en la plaza enrejada de la esquina, le sustraje la carta donde Anaïs hablaba de sus amores incestuosos con su padre y que es la carta que tengo enmarcada en la salita al lado de la magnífica foto de Marilyn Miller, esa desconocida actriz de comedia musical del Broadway de los años 20 y que se veía tan hermosa en Sunny and Sally.
El final del día se me pasó tomando grapa con hielo, releyendo el artículo sobre la vida del trompetista, la muerte del escritor y la carta de la descarada Anaïs, claro que para matizar la lectura efectuaba algunas comprobaciones en la Británica. Estaba oscuro ya cuando me fui a dormir titubeando para no caer.
El visitante que me había dejado encerrado y que se había bebido mi café, parece que también se había llevado mi camisa verde botella, la más hermosa que tengo, me ha dicho Palmira. A pesar de que todavía estaba muy mareado por tanta lectura, debía irme de compras pues no tenía ni comida ni grapa. Saqué la copia de la llave que guardo detrás de la carta enmarcada y abrí la puerta.
El vecino se extraño al verme salir de casa.
- ¡Oh me estoy volviendo loco o qué! Me parece que usted salió hace cinco minutos y no lo he visto entrar. ¿Como lo hizo?
- Debe de estarlo, pues acabo de levantarme y recién salgo - le respondí con una voz aguardentosa que lo hizo retroceder.
Dejé al vecino ensimismado en su perturbación y me dirigí rápidamente al supermercado. Llevaba casi tres días sin comer. Mirando a través de la vitrina del almacén, lo primero que llamó fuertemente mi atención fue el reflejo de mi propio cuerpo y de mi camisa verde botella, luego mirando hacia adentro pude observar a un tipo que usaba una camisa igual a la mía, conversando con la colombiana. Hasta se me parecía un poco. Mirando con más atención lo encontré casi idéntico a mí. Di la vuelta a la esquina casi corriendo, deseaba enfrentar al tipo que ya iba saliendo con sus bolsas de comida; jadeando con desesperación, llegué a la caja de Palmira, ella se asustó al verme y casi gritando exclamó:
-¡Pero acaso usted no acaba de salir don Benny!
- No Palmira, no era yo, es otro, es otro - dije con voz entrecortada mientras caminaba velozmente, porque ya no podía correr. De nuevo en la calle observé las espaldas color verde botella que se alejaban, el tipo iba caminando con apuro. Tan apurado iba que no respetó la luz roja y no vio el enorme camión que lo lanzó contra el muro del café del irlandés O’Casey al del otro lado de la calle. Cuando llegué a su lado, observé su cadáver quebrado, mi camisa verde botella manchada de rojo y su cara, donde se encontraba la mía. Respiré hondo y me di vuelta en dirección al supermercado. Ya no tenía hambre, solo sed. El cuerpo me pedía un vaso de grapa con urgencia.
Compraré algunas latas de ravioles y algunas botellas de licor. De regreso a casa caminaré por otras calles. Con sumo cuidado esperaré la luz verde antes de cruzar y me alejaré de los camiones. Si tengo suerte, puede que alcance a volver a mi orden cerrado pero seguro de escritor algo ladrón. Tengo que colocar la Británica en el armario y los discos de Louis Satchmo en su lugar, detrás de las revistas de cuentos góticos. Debo dejar todo en su lugar antes que mis hijos vengan a repartirse mis cosas.
Bruselas, Abril del 2004



Publicado en:
a) Antología “Homenaje a Julio Cortazar, Cronopio Mayor”.Mayo 2004
b) Revista virtual “Isla Negra” N° 2/48, septiembre 2005
c) Revista Virtual “Destiempos” N°12, México, enero 2008

No hay comentarios: