lunes, 26 de enero de 2009

"La poesía tiene la palabra"

ALGUNOS TEXTOS LEÍDOS EN EL ENCUENTRO



RIMA DE NIÑA O SIMPLEMENTE AZULADO

Y es tan bello
verte así
así a mi lado.

En azul,
tímido, confidente
en sombra de luz
tus labios cansados.

Y sin saberlo
lo sabes todo:
mis pequeñas proezas,
mis caídas,
mis niñez ingenua.

Y todo por qué?
Porque es tan bello
estar así,
aquí, a tu lado.


Elva Teresa Lúcar Arias

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ODISEADA

Cuando tenía seis años mis padres me llevaron al mar. Tenía un color verde, las suaves olas besaban la playa. Me divertía montada en una piedra jugando con los pies dentro del agua tibia, ensayaba de aguantar las cosquillas que me producían los pecesitos multicolores que se pegaban a mis extremidades.

Desde allí, divisaba a pocos metros, las canoas conducidas por negros descendientes de esclavos africanos que llegaron a Cartagena en el siglo XV y que con sudor y sangre, construyeron el Castillo de San Felipe.

Encaramada en esta piedra, como hace muchos años, escucho un canto de sirena, casi lastimero, profundo. Agudizo la mirada y logro verla: tiene el pelo castaño, muy largo, igual que el mío que me baja hasta las corvas, está vestida de negro como mi traje de baño. Su cuerpo termina en cola que aletea cuando sus ojos verdes se cruzan con los míos.

Esta costumbre de sentarme aquí se ha vuelto obsesión, a tal punto que mis padres me preguntan: Qué haces en esa piedra tantas horas? Mira cómo tienes los pies arrugados. Qué ves al otro lado?

A las dos nos gusta cantar barcarolas y hacer perder las canoas cuando escuchan nuestras voces. Ella empieza y yo la sigo, así la canoa que pasa se pierde, se enloquece, da vueltas sin encontrar la orilla. Ella me mira, yo la miro y nos reímos. Mi cola aletea de alegría, jugamos en el agua, nado hasta la orilla y corro al parasol a asolearme y a beber agua de coco.

En ese mismo instante, desde el balcón del hotel diviso las dos piedras distantes y vacías.

Beatriz Villegas

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NO PODÍA VER EL BOSQUE

Llevaba una vida tranquila, ordenada, casi insulsa podría decirse. Salía de casa siempre a la misma hora, cerraba la puerta con fuerza y le daba indefectiblemente tres vueltas a la llave de la cerradura de arriba y dos a la de abajo. Saludaba cordialmente a la portera y se encaminaba con paso lento pero decidido a su trabajo de gris oficinista de nueve a cinco. Volvía a casa a las diez y tres minutos, de cada noche, con aspecto cansado y arrastrando los pies. Me daba pena y muchas veces le pasaba algo de cena. Él la aceptaba amablemente, aunque tengo la impresión de que nunca la probó. A medida que pasaban las semanas, su figura se fue afinando, perdió peso y ganó acritud. Las orejas le llegaban a la barbilla y caminaba con mucha dificultad. Aparecía cada noche con un pesado saco que parecía contener tierra. Dejó de saludarnos y sólo acudía dos días por semana al trabajo. El resto del tiempo lo pasaba encerrado en su apartamento sin otra compañía que la de su jilguero.

La última vez que lo vi, lo encontré muy desmejorado. Tenía la piel extremadamente arrugada y de color cetrino, casi marrón. Sus pies se habían desdibujado y caminaba a duras penas con las piernas bien juntas, como formando un solo tronco.

Tres días después, llamé a la policía porque a su ventana se asomaba un hermoso abato cuyas ramas luchaban por tocar el sol.

Ana García Bello

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ESTRÉS


Peor que estrés, es cuatro

O seis ricos, o sois tontos,

Alarido; No lluevan sobre mojado!

Peor que cuatro, el cuarto descuartizado,

Entre dos torres gemelas.

Peor queso, el jamón podrido en el juicio final.

Mejor queso, el "Double Ducth", condón y píldora.

La mejor fotocopia del pecado original

Se derrumbó en el abismo de tantos ismos,

Las uvas de Corinto,

Hacen escombros, sus pepas desvanecidas,

Y aquellos, sí se quedan,

Mientras pasan las modas delante de mi casa,

La casa de mis sueños sin caja negra

Donde meter los quizás, los tal vez, sin estrés.

La felicidad repentina es libertad o suerte,

El diablo cojo dejó el empedrado,

El amor es siempre un brujo,

Su sombrero cobija más tres picos.


Joël Vanbroeckhoven

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LENGUA


En la lengua
me fui de viaje
viaje por el mundo;

En la lengua
volví a casa
palabra por palabra;

En la lengua
fui emigrante
a cualquier parte del mundo;

En la lengua
pedí asilo;
me dieron
en la lengua
una autorización de residencia.


Joël Vanbroeckhoven

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BAJO EL PUENTE (un capítulo más de "Rayuela")

La Maga miraba en el agua su cielo en tierra, las verdes nubes ondulaban suavemente hasta que las arañas de los sauces las deshacían. Sus manos trataban de calentarse en el muñequito de peluche que había comprado para Rocamadour; Sacó de su pantalón la botella de vino que calentaba contra su estómago, bebió un sorbo. Comenzó a observar a los pasantes que avanzaban con los pies hacia arriba; algunos solitarios, otros enamorados, enredados en brazos fuertes. Algunas palomas se perdían entre las sombras. De pronto se dio cuenta que el mundo estaba al revés y que las nubes avanzaban en corrientes grisáceas, no importaban cuántas fueran, todas terminaban igual. Bajo el puente sombras fogoantes, polvorientas entre forcegoceos, se acariciaban, se besaban. Los ojos de la Maga sonreían y se perdían en la escena.

Algunos pasantes huían molestos, sus cabezas cabalgaban en el agua, otros llamaban exaperados a los gendarmes, mientras, los amantes, descansaban ya, envueltos en sudor, vino y mugre.

La Maga pensó entonces en La vie en rose, en el oro de las aguas entre nubes, en las manos de Olivera, en el perfil de Olivera... Acarició débilmente al conejito de peluche... y murmuró: "Así es la vida Rocamadoue, un día comprenderás".

Elva Teresa Lúcar Arias

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VIRGEN DEL PARAÍSO

El aullido de los coyotes resonaba en mis oídos como trompetas del Juicio final. La luna pintada en una tela oscura de diamantes me observaba impávida. La brisa nocturna alzaba el vuelo y el canto de los grillos iniciaba su serenata de medianoche.

En la amahaca mi cuerpo se removía de izquierda a derecha buscando una posición confortable para dormir, pero sin encontrarla. Súbitamente tuve necesidad de orinar, me levanté y mientras me descargaba traté de dibujar un círculo mágico a mi alrededor. El temor había comenzado a consumirme los huesos, pero el olor sulfuroso de mis orines ahuyentó los malos pensamientos. Cerré mi bragueta y emprendí el camino de regreso.

Marchaba protegido por los aromas de mi cuerpo, cuando de pronto, una luz en forma de flecha atravesó el firmamento. Las estrellas dejaron de parpadear, la Virgen del Paraíso se cubrió de un negruzco tul y entre la penumbra vi al señor Marín abrazado a una imagen de piedra. Sus manos se hallaban fundidas en el monolito, no supe si por voluntad propia o por decreto divino. El cielo se puso a llorar, entonces, sobre su cabeza cayeron dagas, púas y renacuajos. La tierra se abrió y gigantescas hormigas empezaron a subirle por las piernas, más al llegar a las caderas se detuvieron. La estatua se partió en dos, lo devoró y en ese momento descubrí que llevaba horas deambulando como un zombi por la espesa vegetación de la selva, sin encontrar el camino de regreso.

Rossana Cárcamo

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EL TIEMPO (diálogo sobre el tiempo)

-Hace poco tiempo tuve el gusto de caminar sobre la nieve. Ya lo había olvidado! llevaba unas botas de suela muy lisa, pero mis amigos me sujetaban del brazo.

-Poco tiempo? Cómo sabes cuánto es mucho o poco tiempo? Yo viajo porque no me queda el tiempo para andar averiguando si la nieve o el frío se acoplan a mis botas. Pero, dónde queda ese sitio?

-Sabes que ya no me acuerdo! Cruzamos la frontera, nos mezclamos entre árboles y subimos hasta la cima. Salimos de la tinieblas a la claridad, fue como entrar en otro mundo. Has tenido, alguna vez la sensación de estar en otro lugar en el tiempo?

-Bueno, sí, tal vez...en el tiempo de los espíritus.

-Espíritus? Pero...en qué tiempo? Qué espíritus?

-El tiempo que llega cuando se nos agotan los instantes y no queda nada, tan sólo el frío y la nieve que limpia las botas.

-Aaaahhhhhh!... -grita.

"Sabia virtud de conocer el tiempo" (canta un aire popular)

Linet Carrillo y Elva T. Lúcar Arias

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EL AROMO


Regresé a inhalar la infancia con los ojos de otra época,
vine a palparte,
a amarrar el sol al atardecer de mi vida,
ver el barrio, la casa, verte.

Recónditas pasiones sin edad.

Se habían descolgado nuestras risas de tus ramas,
el tiempo había bebido historias ajenas,
otros pájaros hacían cabriolas entre tus brazos.

Acaricié tu piel rugosa
y mesuré la visión de mis sueños juveniles.
Nada estaba en su lugar,
el sol había caminado tus hojas durante innombrables otoños,
la casa había quitado su atavío de fiesta,
el alma se había despintado de las paredes.

Qué mar inmóvil!

Qué volcán sin hondura!

Qué desnudez la mía ante la inmensidad de ese sólo instante!

La tarde cerraba sus alas marcando la partida,
te dejé una sonrisa y años de preguntas sin respuesta.

En mi equipaje de vuelta,
guardé la certeza de saber
que la memoria no sería nunca más virgen
aunque la lavara cada día.

Las raíces no mueren.


Laura C. Vásquez

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