sábado, 24 de enero de 2009

Otros textos de la Antología

Vamos a Comala con Juan Rulfo

"NO OYES LADRAR LOS PERROS" (monólogo interior)


¿Qué si oigo ladrar los perros? padre... y... ¿Usted padre? ¿Los oye usted? ¡Porque yo sí!
Quizá usted no los escucha porque le tapo las orejas con mis piernas yendo sobre su lomo. ¡Ey pué que sí!

Cuando extiendo mi vista hacia lo lejos, adivinando siluetas montañosas, una pantalla al pasado se abre a la vez padre; recuerdo a mi madre llamándome para ir a apilar leña pa' prender la fogata y poner el comal pa' las tortillas; sí; yo me acuerdo, me escapaba, "eso es cosa de viejas"!, pensaba; yo soy machito y no estoy pa' esas cosas; y tú tata! que no estabas, sólo recibías las quejas de mi madre!: "Que soy desobediente"!. "Que soy más terco que un burro y...!" Pa' luego es tarde; me apoquinabas con el cuchilillo, en llegadito nomás tata! Yo creo que sin saber, verdad? que mi desobediencia era pa' no hacer el trabajo de mis hermanas; yo soy el hombre! yo mismo; y pos... por eso me "juía" pa' el monte; me pelaba allá con los otros, a jugar en el río, a nadar, a cazar, a pescar, ia aprender a ser machito, pues! y ya ve padre; así fue como aprendí a callar el dolor que me daban los chilillazos que usted me acomodaba; y a pos despuesito fue que me "malié"; pos para ser macho completo, todo un hombre "ansina", pos había que probarlo delante de todos y allí en la cantina pos uno no puede echarse pa'trás y pos hay que"fajarse". Como Dios manda! Verdá de Dios! y ya en esas pos éramos tantos que deaí pa'l Real nos "maleamos" toditos, y sin querer un día a algún pela'o de los nuestros pos...se le jué la mano, verdad? y pos malogró al cristiano...Qué dizque teniente de los cristeros! y pa' luego es tarde pos nos pelamos pa'l monte padre; a escondernos pa' que no nos pasaran por las armas o, nos llevara la bola! y aluego...ya usté sabe; el hombre es canija, así que tuvimos que aligerarles el peso a algunos cristianos; pa' poder mercar un taco aunque sea!

No, si la historia es reidiota, padre!, pero, cómo explicarle a usté que todo eso, no fue culpa mía? Yo lo que quería es que usté viera orgulloso a su hijo, y no haciendo aí, labores como vieja con naguas, echando leña pa'l comal; y usté no me escuchó nunca tata; su voz siempre tronó en el chilillo; y yo, qué podía hacer? Me volví perro rabioso nomás de tanto fuetazo! En lugar de amansarme, me enmuinaba y me volví más mula, pa'qué más que la verdá!

Mi mamacita yo la quería mucho; pero era muy estricta conmigo en tareas que no eran pa'mí; yo creo que de tanta no supo distinguir que me correspondía hacer como varón. Yo creo que así fue la cosa!

Ahora, ¿cómo le digo a usté eso? Ya ¿pa'qué? ¡Si ya me desgraciaron! ¡Ya me pasaron al baile! Mejor haría en botarme aquí y "jalarse" pa' traer un sepulturero en lugar de un "doitor"! ahora, con sus palabras me fustiga una vez más, y una vez más no escucha! ¿Qué si oigo ladrar los perros?...pos sí, pero, ya ¿pa'qué? El pueblo ya está muy lejos pa'mí.

Javier Sepúlveda Cubillos


FRAGMENTO 71 (agregar un capítulo a la novela)



Tres golpes resonaron en la puerta. Se quedó inmóvil, su pensamiento se fijó, luego se tornó hacia el cielo, luego hacia la tierra ocre, y debajo del polvo, escarbándolo, buscando una profundidad que se le escapaba. Cerrando los ojos, dio la espalda a la puerta, en un gesto que había repetido tantas veces ya.

Silencio. Un grito que salió de su interior, que logró ahogar antes de que alcanzara a escapar de su garganta. Como siempre. Parecido a un impulso de vida, muerto antes de nacer. Con el rayo de luz que invadía la habitación, penetró una porción de cielo. Otras parvadas de tordos circulaban allí. Un ruido incesante que no le dejaría nunca, una gran ansiedad, un picoteo insaciable que le comía las entrañas.

Cuando Damiana siente que la intranquilidad se le ha ido del cuerpo, no recuerda desde cuanto tiempo reposa la mano en su hombro.

-La vida nos obliga a ensayar una y otra vez el papel que nos ha otorgado, le dijo enigmáticamente la voz acoplada a la mano. Y, sin respuesta:

-Tenemos que conformarnos con nuestro destino...

María Dyada le había ofrecido donde huir. Damiana no lo quiso. Nunca creyó que el cielo le pudiera salir después de la muerte, y deseaba la muerte sin rechazar lo que sucedía. Desde esa primera vez en que entró, se sometió a lo que le pareció ser ley divina.

Pero hoy, después de que tirara al fuego el pañuelo que al Padre Rentería se le había caído al borde de la cama, María Dyada escuchó el peso del alma de su amiga cayéndose por última vez en la tierra de su patio.

Joël Vanbroeckhoven

No hay comentarios: